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José María Arizmendiarrieta, sacerdote. En el 110 aniversario de su nacimiento. Agustín González Enciso. Diario de Navarra

Don José María Arizmendiarrieta, sacerdote
En el 110 aniversario de su nacimiento

 

¿Quién fue José María Arizmendiarrieta? Recordarle hoy es relevante porque su visión de la vida y, en particular, del trabajo y de la empresa resulta inspirador y necesario. Fue el iniciador del cooperativismo de Mondragón, allá por 1941, que daría lugar, décadas después, a un amplio número de empresas del actual Grupo Mondragón y de otros grupos cooperativos. El cooperativismo ya se había desarrollado antes en el País Vasco, pero Arizmendiarrieta fue capaz de darle una vida y un impulso como nadie lo había hecho antes. Don José María interpretó la Doctrina Social de la Iglesia de una manera radical y audaz, y supo inspirarla, con el ejemplo de su vida austera, a unos pocos jóvenes voto que se sintieron ilusionados y esperanzados, dispuestos a comenzar, de su mano, una aventura singular: ser propietarios, gestores y trabajadores, a la vez, de su empresa, en régimen de perfecta igualdad: un socio, un socio, un socio, para todo. Trabajo, riesgos y beneficios iguales y compartidos.
 

 

Esta igualdad básica la deducía Arizmendiarrieta del cristianismo y pidió a esos jóvenes que la encarnaran con una entrega casi heroica al principio. Porque tuvieron que partir de la nada, trabajar y estudiar a la vez, sacar adelante a sus familias y volcarse en el desarrollo técnico y comercial de sus empresas, consiguiendo licencias en el extranjero, al principio, para luego crear sus propias marcas y patentes. Don José María no ocupó cargo alguno en ninguna de las iniciativas que iban surgiendo como Talleres Ulgor, Fagor, Caja Laboral o la misma Escuela de Aprendices, por citar algunas de las primeras; él se limitó a inspirar, aconsejar, animar; también daba charlas, predicaba en la iglesia y repartía documentación sobre temas relativos al cooperativismo, en general. Era el consiliario, el apoyo espiritual -y religioso para quien quisiera-, de todo aquello que se iba desarrollando ante la mirada incrédula de los coetáneos y el asombro de los protagonistas. Estos veían desarrollarse un mundo nuevo, incluso más allá del imaginado por Arizmendiarrieta, gracias a su trabajo y dedicación.
 

 

La empresa es para los trabajadores, pero también para la sociedad. El cooperativismo de Arizmendiarrieta llevó a sus socios a preocuparse de todos los problemas sociales del momento, desde la educación y la cultura a las viviendas sociales, sin revoluciones violentas, con amor que une, en vez de con odio que destruye; trabajando con austeridad en beneficio del bien común, entregándose para que hubiera trabajo y enseñanza -al menos técnica-, para todos. De ese modo fueron apareciendo, también, iniciativas de cooperación en ramos muy diferentes de la actividad económica y social, aunque la mayoría pertenece al sector industrial, como corresponde a la tradición y los recursos naturales del terruño donde todo esto creció.
 

 

Arizmendiarrieta entendía que no solo había que trabajar, sino que era necesario desarrollar algo nuevo, desconocido, moderno, joven. Había que mejorar innovando de una manera eficaz, no cambiar por cambiar, sino crear para ir hacia un mundo más solidario, donde el trabajo y la riqueza pudieran ir llegando a todos. Para eso hacía falta estudiar. De ahí el camino que se abriría hasta la creación de la Universidad de Mondragón. Pero la propia empresa también tenía que ser un laboratorio de investigación técnica, gracias a la preparación de sus trabajadores y al conocimiento que habían adquirido. De ese modo no solo se haría bien a la sociedad donde las empresas radican, objetivo prioritario, sino que los productos, es más, el mismo espíritu cooperativo, podrían exportarse a todo el mundo. Hoy en día esto se ha hecho realidad.
 

 

Lo que realmente le preocupaba a Arizmendiarrieta era la persona, cada una de las personas. Fiel a su espíritu sacerdotal, sabía que las almas no se salvan en masa, sino individualmente; tampoco son felices en masa, sino una a una, con sus familias. Por eso, las cooperativas deben servir a las personas y también, ser servidas por personas.

 

Como solía repetir, a la hora de buscar gente para el trabajo o para nuevas iniciativas, hay que buscar cooperativistas antes que cooperativas. La persona es la única que puede encarnar los valores cooperativos y facilitar que puedan fructificar en otras personas.
 

 

Decía que es relevante recordar a Arizmendiarrieta hoy porque los valores que enseñaron a practicar y que han tenido éxito universal, están hoy a la baja. Hoy se habla mucho de crisis, de reorientar el capitalismo y de cosas así; pues bien, Arizmendiarrieta, cuya visión sigue vigente, puede ser una importante inspiración.

 

 

Agustín González Enciso
Catedrático emérito de la Universidad de Navarra y colaborador de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa

 

 

 

 

 

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