Arizmendiarrieta

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ene 25

El alma de nuestro Dn. José María Arizmendiarrieta

El alma de nuestro don José María Arizmendiarrieta
(Dámaso Zuazua)

I-)   Introducción – Anécdota sin importancia.-

Comienzo por evocar un recuerdo personal, mi vinculación con Arrasate que explica el que yo pueda tener algún leve y lejano recuerdo de aquel coadjutor en la parroquia de San Juan Bautista. Aunque soy de Aretxabaleta, en mi niñez solía pasar las vacaciones de verano y otras temporadas en Arrasate, en casa de mi hermana mayor Isabel y de mi cuñado Serapio Urrutxua, pintor de los muebles de Roneo. Solía disfrutar también de la buena acogida de la tía Margari Urrutia y de su marido Ángel, guarda de la Unión Cerrajera. En ese contexto asistía yo a la misa dominical en la parroquia de San Juan, en San Francisco, o en la capilla de la Concepción con el capellán don Fidel.


La confesión frecuente la solía realizar en la parroquia. Sobre todo, en vísperas de los primeros viernes del mes. A veces, con don Paco, un poco precipitado y siempre de poco tiempo para los niños. Otras veces la hacía con don José María. Conservo el recuerdo de que hablaba con pausa, con una cierta gravedad, de forma personalizada. Hablaba con unción. A mi conciencia de niño comunicaba un cierto misterio, que me hizo mirarle siempre sobrecogido, con una receptiva de respeto.


Un día don José María se puso a hablar con un grupito de tres o cuatro chavales que encontró en su subida a su “abadetxe”. Me acuerdo todavía del nombre de uno de esos tres o cuatro chavales de entonces. En cualquier caso, sucedió a la altura de la calle Resusta, a pocos metros del edificio llamado “centro”. No recuerdo en qué contexto, pero don José María nos dijo que él procedía de un pueblo de Bizkaya que nosotros no conocíamos: Markina. Tampoco recuerdo los términos exactos, pero de seguro con mi vehemencia habitual le dije que yo conocía Markina. Y le expliqué. Yo tenía un hermano fraile en ese pueblo, y le había visitado en el convento de los Carmelitas. Mi hermano, fraile teólogo entonces, me había enseñado la huerta y el convento. Desde entonces, cuando don José María me veía, me solía decir bromosamente: “Hemen gure Markiñakue”.


Por mi vida de fraile, tal como se vivía entonces, no volví a Aretxabaleta ni a Mondragón durante siete años, desde 1952 hasta 1959. En esa fecha regresé a Aretxabaleta para la primera misa de mi hermano Jesús. En los tres años más que duraron mis estudios sacerdotales hasta 1962, en las visitas que recibía de mis familiares y de mis amigos en los conventos de Amorebieta-Zornotza o de Vitoria Gasteiz, o del Carmelo de Begoña en Bilbo ya me hablaban del vuelco y relieve que estaba tomando la escuela de Artes y Oficios, convertida en Escuela Politécnica, de Arrasate, de compañeros míos que estudiaban allí, del desarrollo que estaba tomando Arrasate y la zona del Alto Deba por el impulso y la organización dinámica de don José María. Yo escuchaba esas informaciones con el agrado e interés no desprovisto de un patriotismo local y con la alegría de haber conocido al promotor y artífice.


Estos recuerdos del pasado, tan sin sustancia y de tan poco valor general, han sido para mí el motivo legítimamente sentimental o personal para que me haya interesado siempre por la figura de don José María. Manifiesto mi convicción de que debemos considerarle como un gran bienhechor de Euskadi. Debido a su obra y a su renombre internacional Euskadi es más valorizado y mejor reconocido.

II-)   Alma de pedagogo – talante educador.-

Entremos ya en el primer punto del tema. Parece pretencioso hablar del alma de una persona, algo tan personal, tan intransferible, tan incomunicable, tan secreto. Sin embargo, el alma suele tener sus connotaciones concretas, perceptibles al exterior por los signos y manifestaciones. Hoy no voy a hablar del alma espiritual o religiosa, sino del alma de pedagogo que mostró nuestro don José María en la enseñanza, en la comunicación, ayudando a la reflexión, a la toma de conciencia de los jóvenes que trató como sacerdote y como maestro. En esa tarea, en esa misión, en esa vocación él volcó su ser, su alma.


Coincido completamente con Javier Retegui en lo que he leído de él, por ejemplo en la revista “Aranzazu”, o he escuchado de él, como en la conferencia en la facultad de teología del norte en Gasteiz: Repercute en nuestra propia ventaja reactivar la figura Don José María por los valores que representa, tan útiles y necesarios para nuestra sociedad, poniendo de relieve las motivaciones de su mundo interior, de su manifiesta conciencia cristiana que le empujaban a trabajar y a tratar de crear una nueva conciencia de la persona humana, del trabajo y del desarrollo económico.


Creo que a estas alturas de la democracia y del respeto de las ideas ajenas nadie debiera reaccionar con alguna sonrisa compasiva o con sorna. Del mundo interior, de la inspiración espiritual, fuente la más dinámica de la actividad de Don José María, hay que hablar sin complejos ni actitud de retaguardia. Es reconocer el centro nuclear de la persona, de la actuación, de las estrategias operativas de Don José María. Escribe muy bien nuestro Xabier Retegui: “Como una planta no tiene vida sin sus raíces, tampoco se puede entender la obra de Arizmediarrieta sin su dimensión espiritual. La fe y el sentido religioso fueron las fuentes de las que nutría su preclara inteligencia, su férrea voluntad y el amor a los demás”. Perteneció a la escuela sacerdotal de Gasteiz, cuyo lema era: “Siempre sacerdote, en todo sacerdote, sólo sacerdote” (don Rufino Aldabalde). Yo añadiría en paráfrasis: sacerdote “hasta en su trabajo de coadjutor en Arrasate, hasta en su liderazgo cooperativista”.


Con esta premisa del alma cristiana y sacerdotal se entiende mejor a Don José María, en su persona y en su obra. De esta buena raíz proviene el afán que puso en dar sentido al trabajo. Entonces –desde entonces, gracias al cielo, ha llovido mucho- pero entonces –insisto- el trabajo se soportaba pasivamente como una calamidad inevitable a soportar. El sueño hipotético o quimérico era vivir sin trabajar. En la mentalidad de entonces el trabajo no comunicaba  estímulo.


De los recuerdos, de los testimonios de quienes le conocieron y le trataron emerge la figura de un sacerdote humilde, modesto. No parece que fuera un orador que arrebataba, como se estilaba o se pretendía en su tiempo. En concreto, se ha escrito de él que no era “el orador sagrado de los novenarios”. Esto no quita para que en los encuentros, charlas y mesas redondas no fuera claro y preciso en sus conceptos. Sabía bien subrayar con la entonación de voz, no sé si ronca o velada, o con el gesto. Se le recuerda como a un maestro que hacía reflexionar, ayudaba a pensar más lejos. Su palabra no quedaba en golpe seco. Producía onda expansiva, efecto prolongado, su palabra promovía el pensamiento.


Debía de tener un hablar pacato, y no sé si monocorde, un tanto monótono. Juanito Aguizu, compañero mío de escuela en Aretxabaleta, me ha contado más de una vez que él no entendía a primeras el discurso o la lección de Arizmendiarrieta. Pero quedaba sobrecogido, enganchado, subyugado, pensativo. Aunque no llegara a comprender de inmediato, quedaba con la impresión de haber escuchado algo importante, algo a que debía prestar atención. Le quedaba algo pendiente, y sobre eso él –el Juanito Akixo- reflexionaba. Y al final llegaba a sacar algo en limpio, alguna lección, alguna sugerencia, algún estímulo de cuanto había escuchado al maestro.


Aquí tenemos la primera lección. Para ser un líder, para comunicar algo importante, para un espíritu creador y dinámico no hace falta forzosamente tener una personalidad irrumpente, sonora, avasalladora, impositiva. Se puede comunicar en voz baja, se puede inspirar con la simple cercanía, con el tono coloquial que crea confianza y promueve la atención. La convicción y transparencia de la persona hablan por sí solas. Y a esas personas sin ningún alarde, sin ningún “pathos”, tal vez con una voz velada o ronca, se les escucha, dan ganas de aprender, comunican, mueven la mente a la reflexión. El carisma, el gancho no está necesariamente unido a la brillantez de la personalidad.


Con estas posibles limitaciones externas don José María sabía inquietar la conciencia, empujar a la determinación, comunicar el ideal. Azurmendi recoge estas frases textuales: “No basta tener ideas y conciencia sensibilizada. Hay que saber actuar porque las buenas ideas, como las nobles aspiraciones, se realizan protagonizándolas y compartirlas requiere  promover la fuerza para llevarlas a efecto. No basta tener ideas o ideales; hay que llevarlas a la práctica”.


Es decir, don José María no tenía miedo a exponer unos conceptos de diapasón elevado para la juventud laboral de su tiempo. Entendía, como Santa Teresa de Jesús, que “ayuda mucho tener altos pensamientos para que lo sean también las obras”. Algo entenderá el auditorio, alguna sana inquietud percibirá el que escucha. En cualquier caso, frecuentemente sugerir, remover la mente es más importante que dictar una doctrina toda elaborada, donde la mente no tenga más que decir: “tiene razón”. Es más enriquecedor provocar la propia reflexión del oyente, que esa doctrina y esa enseñanza se asimilen con la propia sustancia, con la propia capacidad, a su propio ritmo y posibilidad.


Nadie como él en aquella época fue capaz de conducir al joven. Primero, a trabajar con responsabilidad y conciencia; después, a reflexionar sobre el rendimiento mejor que espero de mi trabajo. Basta sólo pensar cómo era la situación escolar en Euskadi y en la España de Franco. En don José María el talante educador era fruto de las lecturas de Emmanuel Mounier (1905-1950) con su teoría sobre el “Personalismo”. Esta corriente filosófica nació en agosto de 1932 en la población pirenaica de Font-Romeau. Su portavoz fue la revista “Esprit”, clandestina y perseguida en España durante el franquismo. El libro más representativo es “Qu’est-ce que le personalisme?” (1947).


Es de admirar que en aquella cerrazón cultural de finales de nuestra guerra civil y durante la guerra mundial nuestro sacerdote de Barinaga hubiera mostrado esa inquietud en buscar la confirmación de sus propias convicciones e intuiciones con corrientes intelectuales confrontadas ya en el extranjero. Esto sucedía antes de las “Conversaciones Internacionales de San Sebastián” con Carlos Santamaría. Dicen que la librería “Easo” de Donostia le procuraba esa bibliografía de tan difícil acceso en aquellos tiempos.


En todo caso, en el Personalismo de Mounier encontró Arizmediarrrieta el eco estimulante de su propia intuición, la confirmación de su personal pedagogía. Frente a la sociedad individualista, centrada exclusivamente en su provecho, sin mayor interés por los demás, frente al colectivismo marxista don José María valoró en serio la persona humana, la conciencia personal, la reflexión humana, la asimilación humana del interlocutor. Practicó el contacto personal con el joven para llevarlo a la reflexión personalizada. Tomó en serio al joven que tenía delante.


¿Quién creía entonces en el joven? ¿Quién lo tomaba en serio? Aparte de ser instrumentalizado, era prácticamente un “mandado”, un ejecutor. Al joven había que instruir. No se aceptaba que el joven pudiera manifestar sus propias reacciones. Vivíamos lejos de la actitud actual de suscitar resonancias en el joven. En las masivas concentraciones de jóvenes Hitler y Stalin sólo se ceñían a dar órdenes, a impartir consignas, a repetir “slogans” y frases hechas, que se repetían como una onda expansiva o un eco en la sociedad. En las grandes concentraciones de Nürenberg o de Berlín la persona del joven contaba poco, si no era para sumarse a las masas espectacularmente desplegadas. La persona permanecía completamente anulada, no contaba cuando Stalin deportó por decreto a Siberia a poblaciones enteras de 60, 70. 000 y, en algunos casos, de 300. 000 habitantes. En nuestro país de la celtiberia en los campamentos de Frentes de Juventudes lo que interesaba era el orden, la puntualidad, el funcionamiento perfecto e impersonal, obediencia sumisa sin rechistar.
El mismo clero hablaba encumbrado desde el alto del púlpito. ¿No es de admirar el talante del coadjutor mondragonés, que hablaba sin superioridad, tomando respetuosamente en serio la capacidad reflexiva de su alumnado? Pese a un cierto primitivismo escolar, añadido a la timidez acomplejada de ser euskaldun, infundida en una pedagogía politizada de aquellos años, o de provenir de un caserío , lo creía capaz de seguir sus planteamientos. Sin pietismo alguno, pienso que Arizmediarrieta –como buen sacerdote- procedía como Jesús de Nazareth, de quien dice el evangelio de Marcos: “A sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado” (Mc 4, 34). Y para el caso de nuestro maestro markinés yo añado: en la cercanía, en la intimidad, en la amistad, en la persuasión, sin alzar la voz, mostrando unos ojos que inspiraban confianza. La palabra tiene que ser semilla que crece, no viento que haga tambalear desconcertando los espíritus.


Yo puedo hablar en teoría, por principios; desde luego, con la máxima convicción. Pero vuestro paisano don Jesús Sanmiguel y Eguiluz tenía un profesional conocimiento de la psicología. Y escribió un ensayo psicológico de don José María, a quien él conoció bien y le trató en profundidad, siendo testigo de la transformación de su pueblo Arrasate, gracias al dinamismo modesto en apariencia, pero constante y eficaz del coadjutor vizcaíno. Lleva por título: ”La espiritualidad sacerdotal de D. José María Arizmendiarrieta” .


Ya en la introducción, San Miguel llama la atención sobre la preocupación constante de nuestro buen coadjutor: “Seguía pensando –escribe- en la necesidad, siempre constante, de infundir un alma fuerte y grande al cuerpo gigante que estaba gestándose en Mondragón” . Subraya la importancia del alma, de buscar el alma, de cultivar el alma para que el trabajo y la cooperación, incluso la organización y la formación, no sean desnudas realidades materiales. Esta forma de enseñar permanece siempre una consigna de actualidad. Es una herencia cultural para el grupo Mondragón. Atención a no trabajar con un cuerpo sin alma, porque entonces tendríamos en las manos un cadáver.


Siempre con referencia a nuestro Arizmendiarrieta, la primera observación de nuestro psicólogo mondragonés es: “Llevó firmeza en la postura y el movimiento como distintivo de la prontitud corporal para la acción”. Luego añade: “La afirmación postural se producía en él sin esfuerzo ni tensión alguna y sin atención consciente”. Señal de su libertad interior, sin preocuparse de las miradas de la galería que le circundaba. “Su caminar –prosigue- era animado, determinado, firme. El tronco se mantenía erguido, la cabeza alta, la cara resuelta como para la acción”. Leo con gusto esta descripción, porque traduce el envoltorio del alma. “Fue una persona de energía rápida y abundante. No había en su interior impedimentos para la acción … Parecía pensar con los músculos y ser incansable”. De verdad que nuestro Sanmiguel y Eguiluz es exacto y certero en el retrato.


Conclusión: Don José María sabía, procuraba introducir en su lúcido universo interior al interlocutor, que él respetaba porque –finalmente- la reacción tiene que venir del auditorio, del oyente. Y eso buscaba él. Siempre creyó en la persona, siempre promovió a la persona que debía cooperar en la empresa.

 

III-)   Un discurso papal sobre el cooperativismo.-

Ya lo hemos dicho. Siempre respetuoso, Arizmediarrieta habló desde su convicción cristiana, enseñó desde su formación sacerdotal. En punto a la materia social sabemos que soñó con estudios más especializados en la escuela de Sociología de Lovaina, Bélgica. En el seminario de Gasteiz se había encontrado ante un dilema. Era seductor dedicarse a la investigación de la cultura vasca con el gran maestro Don José Miguel Barandiarán, nuestro mayor etnógrafo con renombre universal, que vino a examinar concienzudamente incluso los restos antropológicos de nuestras cuevas de Garagartza y Gesalibar, ayudado por Dionisio Zabarte, recientemente fallecido.


A Arizmendiarrieta las circunstancias no le permitieron navegar en mar tan alto. Pero para aquellos tiempos tuvo la suerte de contar en el seminario de Gasteiz con otros maestros que crearon la escuela de Sociología Católica de Vitoria, de notoria y reconocida avanzadilla para aquellos tiempos. Y nuestro cura markinés se dio a fondo a estudiar la materia con más ahínco que lo que normalmente hacían sus compañeros,  preocupados más por la homilética, por la catequesis, por el apostolado juvenil, por las técnicas de la Acción Católica.


Así se comprende que don José María descendiera, profundizara e iniciara la reflexión sobre el cooperativismo. Este es el tema recurrente de su herencia pedagógica. Su nota personal y valedera. Pues, bien. En este sentido debiéramos permanecer atentos a toda manifestación para saber si alguien indica algún matiz o añade algún aspecto nuevo a la cuestión. Por eso me parece oportuno recordar las enseñanzas recientes del Papa Benedicto XVI sobre la materia, cuando ha subrayado con vehemencia la validez permanente del Cooperativismo.
Lo hizo el 10 de diciembre del 2011 en su discurso a una delegación de la Confederación de Cooperativas Italianas y de la Federación Italiana de Bancos de Crédito Cooperativo. En el centro de documentación de Arizmediarrieta debiera de tener cabida y merece atención este discurso papal de Benedicto XVI. Don José María leía con atención las encíclicas y los documentos papales. Y los citaba en apoyo de sus convicciones e ideas a comunicar a los jóvenes. A los seguidores del pensamiento de Arizmendiarrieta nos interesan las más recientes indicaciones sobre la materia, en sintonía con la sensibilidad religiosa que inspiró siempre la obra de nuestro ejemplar sacerdote. Por eso transcribo algunos párrafos salientes del discurso papal:


“En el empeño por compaginar de manera armónica la dimensión individual y comunitaria descansa el eje de la experiencia cooperativista, que es expresión concreta de la complementariedad y de la subsidiariedad que la Doctrina Social de la Iglesia promueve desde siempre entre la persona y el Estado y es equilibrio entre la tutela de los derechos del individuo y la promoción del bien común, en un esfuerzo por desarrollar una economía local que responda cada vez mejor a las exigencias de la colectividad”. No estoy capacitado para enjuiciar si este párrafo añade algo a la enseñanza social de nuestro benemérito sacerdote. En cualquier caso, sí me complazco en afirmar que él se hubiera visto confirmado en sus intuiciones y opciones, a la luz de la base que el Papa Benedicto XVI ha desarrollado, por ejemplo, en sus encíclicas sociales.


Añado otro párrafo iluminador: “En el ámbito ético dicha experiencia se caracteriza por una marcada sensibilidad solidaria, aun respetando la justa autonomía del individuo. Esta sensibilidad resulta importante, al favorecer la valoración de las relaciones entre entidades cooperativistas y territorio con vistas a un relanzamiento de la economía real que tenga como motor el desarrollo auténtico de la persona humana y sepa conjugar unos resultados positivos con una acción siempre correcta desde el punto de vista ético”.


El Papa Benedicto XVI defiende que “las cooperativas católicas tienen que desempeñar una importante función”. Recuerda que el cooperativista “está llamado a aportar su contribución, con su profesionalidad específica y tenaz empeño, para que la economía y el mercado no se disocien nunca de la solidariedad”. Invita a los cooperativistas a “saber valorizar al hombre en su integridad, más allá de toda diferencia de raza, de lengua o de creencia religiosa, prestando atención a sus necesidades reales, pero –añade también- a su capacidad de iniciativa”.


Es un apunte sin desperdicio para trabajar con altura de miras y de objetivos nada discriminatorios.  Benedicto XVI termina con unas exhortaciones concretas, que sin duda hubieran reconfortado la búsqueda, los tanteos, las convicciones de don José María.


Amigos de Arrasate: La voz autorizada de Benedicto XVI justifica con refrendo  universal la existencia y la implantación del cooperativista y del cooperativismo. Resulta esperanzadora esta sintonía en materia social entre el Papa y nuestro venerado sacerdote-coadjutor. Cuando llegue su beatificación y canonización sería una enorme satisfacción que don José María Arizmediarrieta pueda ser nombrado patrono celeste de la acción social de la Iglesia. Él se debatió por ella, en ella encontró los cauces necesarios para su acción y programación social.


En unas jornadas que se han celebrado en Roma hace un mes coincidiendo con el Sínodo de los Obispos, uno de los ponentes, Mario Toso, recordó que el coadjutor mondragonés practicó “un ministerio de la evangelización de lo social”. Y a este propósito precisaba todavía: “Don José María era bien consciente de que para la evangelización del mundo del trabajo no bastaba explicar la doctrina social, sino que eran necesarias las obras y el testimonio”.


Ha habido y hay mucho apóstol social en la Iglesia. Pero en el campo del cooperativismo, con una mirada tan abierta, tan programática y tan organizada don José María es único, es el pionero. Cuando sea declarado santo será el primer santo del Cooperativismo, su patrón universal.


Arrasate, 26/11/2012
 

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