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Artículo de Fernando Gonzalo Bilbao, Vicario general de la diócesis de Vitoria José María Arizmendiarrieta: EN TODO SACERDOTE

El 29 de noviembre de 1976 fallecía en Mondragón D. José María Arizmendiarrieta, sacerdote coadjutor de la Parroquia S. Juan Bautista. Había desarrollado durante más de treinta y cinco años su servicio a los feligreses en la asidua celebración de la Eucaristía y la Penitencia, en la atención a los enfermos, en la predicación y en la dirección de ejercicios espirituales, impartiendo clases de religión y como capellán de la Adoración Nocturna y consiliario de la Acción Católica y la JOC. Sin duda, habrá hombres y mujeres que aún le recuerden con gratitud por alguna de esas actividades de su ministerio pastoral.

Pero si, transcurrido tanto tiempo, todavía hoy se hace memoria pública de su persona es por otro conjunto de iniciativas que él mismo desarrolló también como parte integrante de su servicio pastoral como sacerdote. Azurmendi, en El hombre cooperativo, señala que su llegada en 1941 fue determinante para el nacimiento de las Cooperativas que hoy configuran la Corporación Mondragón. Antes de promover la primera cooperativa, dedicó varios años a formar a los jóvenes en un humanismo solidario y participativo, de raíz cristiana, y en la adquisición de conocimientos técnicos. Promueve en 1943 una Escuela Profesional, que se convertiría en semillero de directivos, técnicos y mano de obra cualificada para las empresas del entorno y las cooperativas. En 1955, anima a cinco de aquellos jóvenes a constituir Talleres Ulgor empresa pionera y embrión industrial de la Corporación. Más tarde, también bajo su impulso, se constituyen dos entidades claves -Caja Laboral en 1959 y la Entidad de Previsión Social Lagun Aro en 1966- y se configura el primer grupo comarcal Ularco, embrión del asociacionismo cooperativo industrial. En 1969 se constituye Eroski, fruto de la fusión de nueve pequeñas cooperativas de consumo locales.

Don José María llegó a su primer destino pastoral al concluir su formación en el Seminario Diocesano de Vitoria. Allí se fraguó su inclinación hacia el apostolado social. Y allí se inició en una espiritualidad que alentaba la vida de oración y prácticas de piedad, el estudio y la formación, pero insistía en la acción pastoral, las tareas ministeriales, como fuente y campo de la espiritualidad del sacerdote diocesano. El movimiento de espiritualidad sacerdotal de Vitoria acuñó un lema: Sólo sacerdote, en todo sacerdote, siempre sacerdote.
Esa espiritualidad fue la que vivió D. José María en su acción pastoral: al celebrar la Eucaristía, al hacer meditación con el breviario, al impartir clases en la escuela Profesional, animar la Acción Católica, y al organizar reuniones y emprender proyectos con cooperativistas,…. es decir en todas sus actividades a las que, con un trabajo metódico sabía dar un profundo sentido y unidad.

No le resultaba difícil mantener esa unidad al trabajar por la difusión y aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia que es un elemento clave de la evangelización. Aquella nace del encuentro del Evangelio con la vida y en especial con la vida de los pobres. Sus principios permanentes para la transformación de la sociedad son: la dignidad humana, el bien común, el destino universal de los bienes, la subsidiariedad, la participación y la solidaridad.

Esta doctrina social no es una teoría, sino que se orienta a la acción. No se queda en principios o análisis de las cuestiones sociales sino que anima el compromiso de personas y grupos por la justicia, según la vocación, condiciones y circunstancias de cada uno. Don José María Arizmendiarrieta con sus conocimientos, experiencia, creatividad y constancia en el trabajo de educar y acompañar a laicos comprometidos en la acción transformadora de la sociedad contribuyó a enriquecer esa dimensión práctica.

Ahora que se cumple un año de la publicación de Evangelii Gaudium, podemos contemplar la figura y la actividad de Arizmendiarrieta a la luz de las palabras del Papa Francisco: Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo. (EG 183). Efectivamente “tanto el anuncio como la experiencia cristiana” no pueden sino “provocar consecuencias sociales” (EG 180).

Fernando Gonzalo Bilbao, Vicario general de la diócesis de Vitoria

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