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El hoy Venerable José María Arizmendiarrieta destacó por su capacidad para aplicar los principios y valores de la Doctrina Social de la Iglesia en el contexto de mediados del siglo XX en un pequeño pueblo de Gipuzkoa. Supo conciliar unas convicciones enraizadas en una fe profunda con un pragmatismo recogido tanto en sus objetivos (El
ideal es hacer el bien que se puede, no el que se sueña) como en sus planteamientos para concitar la colaboración de personas de distintas sensibilidades políticas, económicas y sociales (Las ideas separan las necesidades unen).
Entre los aproximadamente 400.000 sacerdotes esparcidos por todo el mundo, que compartían una misma formación, fue un caso excepcional por su eficacia en la promoción de empresas, que hoy resulta ser un grupo empresarial de referencia en Europa.
Esa doble referencia a los principios del humanismo cristiano ya las necesidades derivadas de la competitividad empresarial son hoy los vectores de las propuestas empresariales de la Fundación Arizmendiarrieta, heredera del sacerdote que le ha dado su nombre.
Quizás merezca la pena recordar, por ello, algunos de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia católica de especial aplicación en el mundo de la empresa:
Respeto a la igual dignidad humana de todas las personas (por ser todos hijos de Dios). Implica que todas las personas de la empresa deben ser tratadas conforme a esa condición, con independencia de su responsabilidad o de su situación en la jerarquía de la empresa.
Búsqueda del bien común, lo que implica dar prioridad a las necesidades del proyecto colectivo sobre los intereses (legítimos) de los distintos grupos de interés (trabajadores, accionistas,...)
Promover la participación de los trabajadores en la gestión, los resultados y la propiedad, de forma que el trabajo sea una oportunidad de realización y desarrollo de las capacidades humanas.
Mantener unos criterios de solidaridad interna entre los distintos grupos citados, haciendo de la empresa una comunidad de personas y no sólo un organismo para producir bienes y servicios.
Mantener unas políticas solidarias con la comunidad en la que desarrolla su actividad.
Como consecuencia, supondría aceptar que el objetivo prioritario de una empresa no es obtener los máximos beneficios a corto plazo para sus accionistas sino satisfacer de forma equilibrada a las personas de los distintos grupos de interés.
Pero, por otro lado, es preciso tener en cuenta las características del escenario competitivo en el que las empresas desarrollan su actividad en la actualidad. En ese sentido podemos subrayar que en las últimas décadas dos han sido los factores más importantes que han modificado dicho escenario para las empresas en general: el acelerado avance de los descubrimientos científicos y sus aplicaciones técnicas y la globalización de los procesos económicos de producción, distribución , financiación y consumo.
Con ese marco, siguiendo las reflexiones de varios grupos de personas representativas de diversas sensibilidades económicas, políticas y sociales, las razones para unas empresas más humanas desde el punto de vista empresarial serían las siguientes:
Como consecuencia del citado desarrollo científico-técnico ha cambiado radicalmente el papel de las personas en las empresas, siendo de vital importancia la adecuada gestión del conocimiento y de la innovación, que reside precisamente en ellas.
Tienen, por tanto, un papel crítico en la competitividad y el éxito de todo tipo de empresas al aportar su inteligencia, inquietudes, creatividad, empatía y capacidad de trabajar en equipo.
El proceso de globalización exige, por otro lado, que las empresas y los países que no pueden competir vía costes tienen que buscar otros elementos de competencia, basados en la mejora constante de la calidad y en nuevas propuestas de valor para sus clientes que, a su vez, dependen de las personas, lo que refuerza la importancia de las mismas.
Pero para asegurar su papel principal se precisa, en ese contexto, un nuevo modelo de empresa que facilite y potencie el conocimiento y la implicación de todos los agentes en un proyecto compartido.
Se considera, por otro lado, que el cambio debe construirse desde la confianza, cimentada en una información transparente, veraz y sistemática y en un modelo de gestión que fomente la participación en el «día a día». Esta confianza debe compartirse entre la comunidad de la empresa, los colectivos con los que se relaciona y las administraciones públicas.
Es necesario, por tanto, introducir cambios culturales y organizativos en las empresas, lo que implica adaptar de forma significativa el modelo de relación tradicional entre empresarios y trabajadores, con el fin de formular un proyecto común que influya positivamente en la competitividad y creación de valor para la empresa. Por lo que resulta esencial preocuparse de que las personas tengan un salario digno, una formación de futuro, su adhesión al proyecto empresarial, su satisfacción en el trabajo, de la cohesión social que facilita el trabajo en equipo…
El cambio que se propone implica entender los objetivos de las empresas de forma amplia y no sólo como la búsqueda del máximo beneficio a corto plazo. Se debería avanzar en fórmulas de éxito internacional en las que la empresa se concibe como un organismo que satisface de forma equilibrada una constelación de intereses, a la vez que tiene en cuenta también cuestiones ecológicas y de derechos humanos.
En cualquier caso, la responsabilidad del cambio es de todos, pero en especial y en mayor medida de los que detentan el poder en la empresa, destacándose la importancia de la ejemplaridad de los empresarios y directivos y el avance en el cambio cultural hacia el trabajo en equipo, la honestidad en las relaciones y la apertura a los cambios necesarios para la sostenibilidad de la empresa.
Sin olvidar que la experiencia indica que para promover la participación es necesario generar condiciones de entorno favorables por parte de las instituciones públicas y los agentes económicos y sociales, en el sentido de favorecer un modelo socio-productivo que prime la sostenibilidad social, económica y medioambiental. y el interés colectivo respecto al interés individual.
Subrayando, con todo, que el cambio hacia este nuevo modelo no sólo es cuestión de normativa legal, ni es automático, sino que es necesario gestionar y trabajar internamente la cultura empresarial, lo que exige en primer lugar el compromiso de los máximos dirigentes de la empresa para que la nueva cultura se diseñe y organice de manera que logre la participación y el compromiso de todos los trabajadores y de sus representantes.
Implica, por tanto, la iniciativa de directivos y empresarios, responsables de iniciar el cambio, aunque para la implementación efectiva de ese modelo de participación será necesario concitar las adhesiones de las personas que forman parte de la empresa y el interés de sus representantes, teniendo en cuenta cuenta las competencias de información y consulta que se les atribuyen en el Estatuto de los Trabajadores.
Todo ello nos llevaría, en definitiva, a la búsqueda de un equilibrio entre:
— Un modelo humanista de empresa, con los valores arriba expuestos.
— Un modelo avanzado de empresa que potencia y aproveche los conocimientos y competencias de las personas para lograr una empresa competitiva y sostenible.
— Un modelo de empresa que tenga en cuenta en su diseño y funcionamiento las fortalezas y debilidades de la cultura local y sea susceptible de ser promovido por las instituciones públicas implicadas.
Es importante subrayar, en cualquier caso, que la experiencia demuestra que el cambio en la empresa en la dirección propuesta exige unas convicciones profundas desde un punto de vista humanista, cuando no trascendente, a fin de que se arraiguen con suficiente fuerza para que las dificultades. coyunturales no las agosten. No son suficientes, por tanto, los enfoques instrumentales que buscan exclusivamente la mejora de la competitividad.
Juan Manuel Sinde
Presidente de la Fundación Arizmendiarrieta
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DON JOSE Mº ARIZMENDIARRIETA
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