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José María Arizmendiarrieta Madariaga. En todo Sacerdote

José María Arizmendiarrieta Madariaga
En todo sacerdote

Vitoria-Gasteiz 19 de noviembre de 2012                                                  Fernando Gonzalo-Bilbao

Cuando me plantearon colaborar en este acto, me pidieron que tratara de encuadrar la figura de D. José María Arizmendiarrieta en su marco eclesial y pastoral. Enseguida pensé que  la Doctrina Social de la Iglesia era una de las coordenadas de ese encuadre; también intuí que la otra coordenada había de ser la espiritualidad propia del movimiento sacerdotal de Vitoria. Puedo asegurar que, a medida que he avanzado en la preparación de este trabajo, me he ido convenciendo cada vez más en que ciertamente esas fueron dos referencias esenciales de la personalidad sacerdotal y de todo el servicio pastoral de D,José María.

Voy a presentar, en primer lugar, algunos aspectos significativas de la llamada Doctrina Social de la Iglesia, Destacare de algún modo aquellos contenidos de la misma que D. José María llegó a conocer y practicar tanto en sus años de formación como en su ministerio sacerdotal.
Haré después una breve referencia al Movimiento sacerdotal de Vitoria y la vinculación a él de D. José María Arizmendiarrieta. Y trataré de trenzar ambas referencias para ayudar a percibir la que a mi entender es la perspectiva más completa de la vida y obra de Arizmendiarrieta.

La doctrina social de la Iglesia

La Doctrina Social es un patrimonio de pensamiento y acción que se ha ido generando en la Iglesia de forma sistemática a partir de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891)    Los contenidos de Doctrina Social abarcan todas las realidades que configuran y condicionan la vida de la persona humana dentro de la sociedad, particularmente a partir de la llamada revolución industrial.
(La atención a las nuevas situaciones creadas después de la llamada revolución industrial no pueden olvidar las enseñanzas relativas a cuestiones relacionadas con las riquezas, los pobres y la justicia desarrolladas en otras etapas históricas de la Iglesia, en particular por los Santos Padres y otros grandes teólogos en sus tratados de moral o de justicia.)

La Doctrina social nace del encuentro del Evangelio con la vida y en especial con la vida de los pobres. Tiene sus raíces en la palabra de Dios, en el anuncio del Reino iniciado por Jesús.  Su fundamento es la dignidad de la persona humana, de toda persona humana con especial atención a la situación de los más débiles y necesitados: los pobres.

La DS tiene un carácter dinámico e histórico, tratando de descubrir el modo más adecuado de aplicar principios de valor permanente en medio de experiencias y situaciones nuevas y cambiantes. No es una teoría, sino que se orienta abiertamente a la acción. No se queda en principios o análisis de las cuestiones sociales sino que orienta la conducta y anima el compromiso de las personas por la justicia, según la vocación, condiciones y circunstancias de cada uno.

Esta doctrina se ha ido formulando especialmente en documentos eclesiales de diverso rango: encíclicas, exhortaciones y cartas apostólicas, radiomensajes, pastorales… se ha desarrollado extensamente en los estudios, análisis y comentarios de profesores de moral y de pastoral social y ha inspirado y alentado la praxis pastoral de sacerdotes, la acción de comunidades religiosas y el compromiso cristiano de innumerables laicos, hombres y mujeres, miembros de asociaciones y movimientos apostólicos y sociales.

Doctrina Social  y Evangelización

La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella. Tengamos presente que, según Pablo VI en la E.N., la Iglesia existe para evangelizar y eso mismo constituye su identidad más profunda
El hombre y la mujer a evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. La convivencia social determina las condiciones en que cada hombre y mujer se comprenden a sí mismos. La Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio dentro de la compleja red de las relaciones sociales.. La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, no son algo ajeno al mensaje evangélico.
Pues bien, con su doctrina social, la Iglesia se hace cargo del anuncio que el Señor le ha confiado y actualiza en los acontecimientos históricos el mensaje del Evangelio del Reino. La doctrina social de  se caracteriza por la continuidad y por la renovación No pretende aprisionar en un esquema cerrado la cambiante realidad socio-política. Más bien es fermento de novedad y creatividad y se desarrolla por medio de la reflexión madurada al contacto con las situaciones cambiantes de este mundo, bajo el impulso del Evangelio como fuente de renovación.
La doctrina social de la Iglesia se ha formado en el curso del tiempo, a través de numerosas intervenciones del Magisterio sobre temas sociales. No pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral. Es el resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o no con lo que el Evangelio enseña acerca del ser humano y su dignidad para orientar en consecuencia la conducta cristiana.

Breve recorrido de los documentos más importantes en la Doctrina Social de la Iglesia

1891 – León XIII   Rerum Novarum  “sobre la situación de los obreros”
Desarrolla la doctrina sobre el trabajo y sus condiciones, sobre el derecho de propiedad, el principio de colaboración contrapuesto a la lucha de clases y sobre el derecho de asociación.

1931 – Pío XI  Quadragesimo Anno “En el cuarenta aniversario de la RN”
Repasa los contenidos de la Encíclica de León XIII y ofrece una panorámica de la sociedad industrial de su tiempo. Propone condiciones para  restablecer el orden social. Para afrontar los grandes cambios ocasionados por el desarrollo económico y el socialismo propone un nuevo enfoque: el corporativismo.

1961 – Juan XXIII  Mater et Magistra 
Al abordar la cuestión social, resalta las desigualdades entre los diversos sectores económicos, entre distintas regiones y entre diferentes países a nivel internacional. Destaca las cuestiones de la superpoblación y el desarrollo y denuncia la falta de solidaridad internacional que origina graves situaciones en el tercer mundo.

1963 – Juan XXIII  Pacem in Terris
Un urgente llamamiento a construir la paz basada en los derechos y exigencias éticas que deben regir las relaciones entre las personas y entre los pueblos.

1965 – Concilio Vaticano II  Gaudium et Spes
Desde la perspectiva del diálogo entre la Iglesia y el mundo de hoy, refrenda la enseñanza precedente sobre la vida económico-social, subraya la concepción personalista y dinámica de la economía. Destaca la importancia de la cultura. Formula de modo nuevo la relacón entre la Iglesia y la comunidad política.

1967 – Pablo VI  Populorum Progressio
Plantea una nueva comprensión del desarrollo, como desarrollo integral del hombre y desarrollo solidario de la humanidad. Apunta las condiciones para un auténtico desarrollo.

1971 – Pablo VI  Octogesima Adveniens
Expone los problema de lasociedad post-industrial. Reflexiona sobre la condición política de la existencia y del compromiso cristiano, estimulando el sentido crítico frente a las ideologías subyacentes en los sistemas económicos vigentes..

1981 – Juan Pablo II  Laborem Exercens
Presenta el trabajo humano como clave de toda la cuestión social. Desde él ha de abordarse la transformación de los sistemas económicos, la distribución más equitativa de la renta, de la riqueza e incluso del propio trabajo, de moso que haya trabajo para todos.

1987 – Juan Pablo II  Sollicitudo Rei Sociales
Profundiza y actualiza la noción de desarrollo. Analiza el desarrollo fallido del Tercer mundo, las opsiciones Norte-Sur, Este-Oeste. Aborda la cuestión demográfica. Distingue entre progreso y desarrollo y plantea el carácter moral del verdadero desarollo  .

1991 – Juan Pablo II  Centesimus Annus
Desde la ineficacia de los sistemas marxista y capitalista, apuesta por una sociedad basada en el trabajo libre, la empresa, la participación, y por un Estado verdaderamente democrático.

2009 – Benedicto XVI  Caritas in Veritate
Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador.. Aborda cuestiones como la Globalización y la Ecología. Contempla la responsabilidad social de la empresa.

Los principios permanentes de la Doctrina social de la lglesia
Los documentos de la Doctrina social de la Iglesia en su conjunto van abordando sucesivamente los temas de los que tratan como en una especie de desarrollo helicoidal. En distintos  documentos aparecen las mismas cuestiones aunque  planteadas  en diferentes contextos y situaciones. Por ello no es tarea difícil organizar sus principales contenidos de una forma esquemática. El Compendio de Doctrina Social, publicado en 2005, nos facilita esa síntesis  

Los principios permanentes constituyen los verdaderos puntos de apoyo de la enseñanza social: se trata del principio de la dignidad humana, del bien común, del destino universal de los bienes, de la subsidiariedad, de la participación y de la solidaridad. Estos principios brotan del encuentro del mensaje evangélico y sus exigencias con los problemas que surgen en la vida de la sociedad.

1. La persona humana v su dignidad (principio personalista)
Toda la doctrina social se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana. que lejos de ser un objeto o un elemento pasivo de la vida social, es por el contrario, su sujeto, su fundamento y su fin. 
El orden social y su desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona; es preciso que todos los programas sociales, científicos y culturales, estén presididos por la conciencia del primado de cada ser humano.  
La fuente última de los derechos humanos no se encuentra en la mera voluntad de los seres humanos, en la realidad del estado o en los poderes públicos, sino en el hombre mismo. Estos derechos son universales en inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto.

2. El principio del bien común
De la dignidad e igualdad de todas las personas se deriva el principio del bien común. Por bien común se entiende el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las grupos humanos y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección.
Las exigencias del bien común están vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales. Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente., a los derechos de: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de informaciones y tutela de la libertad religiosa, sin olvidar la - cooperación internacional en vistas del bien común de la humanidad entera.
La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política.
3. El destino universal de los bienes
Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del derecho universal al uso de los bienes. Toda persona debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario para su desarrollo: es un derecho natural inscrito en la naturaleza humana, es un derecho  inherente a toda persona.
Este principio invita a una visión de la economía inspirada en valores que permitan realizar un mundo justo y solidario, en el que la creación de la riqueza pueda asumir una función social positiva.
Nadie debe tener las cosas que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás.

4. El principio de subsidiaridad
El principio de subsidiariedad protege a las personas  y grupos de los abusos de las instancias sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus tareas.
La subsidiaridad está entre las constantes características de la doctrina social. Implica que todas las organizaciones sociales de orden superior deben ponerse en actitud de ayuda (subsidium) ¬de apoyo,  respecto a las organizaciones menores. Los cuerpos o entes sociales intermedios podrán así desarrollar adecuadamente las funciones que les competen y mantener su propio espacio vital, su función y su dignidad .
Al principio de subsidiaridad responden: el respeto y la promoción del primado de la persona y de la familia, la valoración de las asociaciones y de las organizaciones intermedias, el impulso a la iniciativa privada, la articulación pluralista de la sociedad, la salvaguardia de los derechos de los grupos y de las minorías, la descentralización burocrática y administrativa, el equilibrio entre la esfera pública y la privada y la responsabilización del ciudadano para ser parte activa de la realidad política, económica y social del país.

5. El principio de participación
Consecuencia de la subsidiaridad es la participación que se expresa en todas las actividades mediante las que el ciudadano contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad a la que pertenece. La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, de modo responsable y con vistas al bien común.
La participación no puede ser limitada o restringida a algún área o contenido particular de la vida social. La participación puede lograrse en todas las relaciones posibles entre el ciudadano y las instituciones: para ello, se debe prestar particular atención a los contextos históricos y sociales en los que la participación debería actuarse verdaderamente. Es necesario un fuerte empeño  para que la gestión de la vida pública sea el fruto de la corresponsabilidad de cada uno con respecto al bien común.
6. El principio de solidaridad
La solidaridad confiere particular relieve a la sociabilidad de la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común hacia una unidad cada vez más convencida. La solidaridad es exigida por el vínculo de interdependencia entre los hombres y entre los pueblos, que se manifiesta en todos los niveles de convivencia social.
La solidaridad se presenta bajo dos aspectos complementarios: como principio social y como virtud moral que consiste en la detereminación firme y constante de empeñarse por el bien común.
La doctrina social pone en evidencia los vínculos entre solidaridad y bien común, solidaridad y destino universal de los bienes, solidaridad e igualdad entre los hombres y los pueblos, solidaridad y paz en el mundo. 

Valores fundamentales de la vida social

La doctrina social, además de los principios que deben presidir la edificación de una sociedad digna del hombre, indica también unos valores fundamentales. Constituyen una referencia imprescindible para la vida pública...

* La verdad
La verdad tiene una importante significado en las relaciones sociales La convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad, es fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se funda en la verdad. Esto afecta particularmente al mundo de la comunicación pública y al de la economía que exigen transparencia y  honestidad en la actuación personal y social.

* La libertad
La libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana.  No se debe restringir el significado de la libertad, considerándola desde una perspectiva puramente individualista y reduciéndola a la propia autonomía personal:
El valor de la libertad, expresión de la singularidad y dignidad de cada persona humana, es respetado cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido expresar sus propias ideas religiosas, culturales y políticas y asumir la realización de sus propias iniciativas.

*  La justicia
La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a cada uno lo que les es debido. Como valor social llama a superar una visión contractual de la justicia, que es una visión limitada, para abrirla al horizonte de la solidaridad
La Doctrina social junto a las formas clásicas de justicia: conmutativa, distributiva y legal, pone de relieve la justicia social como "exigencia vinculada con la cuestión social" y que a los aspectos sociales, políticos y económicos y, sobre todo, a la dimensión estructural de los problemas y las soluciones correspondientes.

La clave de toda la Doctrina social: la Caridad (el amor)
La Caridad es la clave maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Ella da sentido a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las relaciones interpersonales en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las relaciones sociales, económicas y políticas.
La caridad, mal entendida, ha sufrido y sufre una pérdida de sentido con el consiguiente riesgo de ser postergada en la ética social. La obra de misericordia con que se responde aquí y ahora a una necesidad real y urgente del prójimo es, indudablemente, un acto de caridad; pero es un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria.
La caridad es inspiradora de la acción individual y social, convirtiéndose en "caridad social y política”, que mueve a amar el bien común y a buscar efectivamente el bien de todas las personas. La caridad social y política no se agota en las relaciones entre las personas, sino que se despliega en la red en la que estas relaciones se insertan, que es precisamente la comunidad social y política, e interviene sobre ésta, procurando el bien común para la comunidad en su conjunto.
Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, en la doctrina social, nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad. Entre los valores sociales y la caridad existe un vínculo profundo que debe ser reconocido. Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de acuerdos lograrán persuadir a hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz; ningún argumento podrá superar a la caridad.

La vocación social de Arizmendiarrieta  

D. José María Arizmendiarrieta en sus años de formación conocíó las enseñanzas de las Encíclicas Rerum Novarum y Quadragesimo Anno. La última de estas había sido publicada poco antes de su incorporación al Seminario de Vitoria.

¿Cómo resonarían en la conciencia de aquel joven las vigorosas palabras de los Papas al describir la situación social de su tiempo? ¿Qué eco encontraría en él la llamada dirigida por el Papa Pío XI a los sacerdotes en relación con la cuestión social?

Los Papas, desde el comienzo, subrayaron que la Doctrina social no debe ser materia de mera exposición o estudio; ha de ser, además, objeto de aplicación práctica.

En eso insiste la Quadragésimo Anno cuando señala que “los primeros e inmediatos apóstoles de los obreros han de ser obreros, y los apóstoles del mundo industrial y comercial deben ser de sus propios gremios” y añade que buscar e instruir adecuadamente a esos laicos es cometido que se impone a los sacerdotes, a quienes se confíe esa misión. Sacerdotes que habrán de prepararse para ello con un intenso estudio de las cuestiones sociales, cultivando el sentido de la justicia penetrados sobre todo de la caridad de Cristo. “No hay que dudar en emprender decididamente este camino.”(Cfr. QA142)
La misma Encíclica exhorta a los sacerdotes elegidos para una obra de tanta responsabilidad… a que se entreguen por entero, en el cumplimiento de ese deber verdaderamente sacerdotal y apostólico, a la educación de los que les han sido confiados,.. y que se sirvan oportunamente de todos los medios de educación, creando asociaciones, fundando círculos de estudio, organizando retiros y ejercicios espirituales…(Cfr QA 143)

Aquella doctrina social era una parte importante de la enseñanza que impartía como profesor de Sociología D. Juan Thalamas, y de las aplicaciones prácticas que D. José Miguel De Barandiarán y D. Manuel Lecuona derivaban de los temarios que desarrollaban como profesores durante los cursos de formación filosófica de los seminaristas, En esa etapa de estudios se despertó el profundo interés de José María por los temas sociales. Interés que marcaría el resto de su vida.

Posteriormente, siendo ya sacerdote, amplió y profundizó en el conocimiento de estas cuestiones tomando parte en los cursos de verano de la Escuela Social del Seminario de Vitoria, de la que llegó a ser subdirector. Para entonces estaba inmerso ya en un serio y activo compromiso en Mondragón a donde había sido enviado como coadjutor de la parroquia San Juan Bautista.

D. José María Arizmendiarreta acogió sin duda con singular interés la Encíclica Mater et Magistra de Juan XIII (1961) y pudo profundizar en ella con ayuda de los comentarios sobre la misma publicados conjuntamente por Carlos Abaitua. Ricardo Alberdi y José María Setién.

En esa Encíclica, entre otras cuestiones, se hace mención explícita de la empresa cooperativa. Tomando pié en un mensaje radiofónico de Pio XII
“La pequeña y la mediana propiedad en la agricultura, en el artesanado, en el comercio y en la industria deben protegerse y fomentarse; las uniones cooperativas han de asegurar a estas formas de propiedad las ventajas de la gran empresa; y por lo que a las grandes empresas se refiere, ha de lograrse que el contrato de trabajo se suavice con algunos elementos del contrato de sociedad” (Radiomensaje del 1 de sept. de 1944).

Juan XXII señala a su vez: “Deben, pues, asegurarse y promoverse, de acuerdo con las exigencias del bien común y las posibilidades del progreso técnico, las empresas artesanas, y las agrícolas de dimensión familiar, y las cooperativas, las cuales pueden servir también para completar y perfeccionar las anteriores.” (MM85) y sobre la empresa artesana y la empresa cooperativa añade: “Ante todo, hay que advertir que ambas empresas, si quieren alcanzar una situación económica próspera, han de ajustarse incesantemente, en su estructura, funcionamiento y métodos de producción, a las nuevas situaciones que el progreso de las ciencias y de la técnica y las mudables necesidades y preferencias de los consumidores plantean conjuntamente: acción de ajuste que principalmente han de realizar los propios artesanos y los miembros de las cooperativas”. (87) De aquí la gran conveniencia de dar a unos y otros formación idónea, tanto en el aspecto puramente técnico como en el cultural, y de que ellos mismos se agrupen en organización de tipo profesional. (88) 
Y más adelante concluye: “Invitamos …a nuestros queridísimos hijos del artesanado y del cooperativismo, esparcidos por todo el mundo, a que sientan claramente la nobilísima función social que se les ha confiado en la sociedad, ya que con su trabajo pueden despertar cada día más en todas las clases sociales el sentido de la responsabilidad y el espíritu de activa colaboración y encender en todos el entusiasmo por la originalidad, la elegancia y la perfección del trabajo.” (90)

Juan XXIII, en la Mater et Magistra, insiste también en la Educación social:

- Es de suma importancia que además de instruirse en la doctrina social, educarse sobre todo para practicarla. 
- El paso de la teoría a la práctica resulta siempre difícil por naturaleza; pero la dificultad sube de punto cuando se trata de poner en práctica una doctrina social por la dificultad de determinar a veces las exigencias de la justicia en cada caso concreto.
- Hay que atribuir esta educación a las asociaciones de apostolado seglar, ya que sus miembros pueden servirse de sus experiencias diarias para educarse mejor primero a sí mismos, y después a los jóvenes. (Cfr nn226-236)
Sé que D. José María al llegar a su ordenación sacerdotal, a finales de 1940, hubiera querido ampliar estudios sociales en Lovaina. El encargo pastoral que se le encomendó en Mondragón le llevó directamente a aplicar y ampliar sus conocimientos sociales desde la experiencia y el compromiso pastoral en diversas tareas y organizaciones entre las que ocupó un lugar importante la educación y la formación de un laicado comprometido en la transformación de la sociedad.

El Movimiento de espiritualidad sacerdotal de Vitoria
Creo conveniente, antes que nada, aclarar qué se entiende por espiritualidad.
Espiritualidad significa sencillamente el modo concreto de vivir la propia fe. Para un cristiano, por lo tanto, espiritualidad significa vivir según el Espíritu de Jesús. Se trata, pues, de asumir la propia existencia desde Dios, al modo de Jesús, conducidos y animados por su Espíritu. La espiritualidad consiste en descubrir y asumir de modo vital, encarnado en las acciones y relaciones de cada día nuestro verdadero ser de cristianos. Esto supone para todo creyente descubrir una nueva relación consigo mismo, con Dios, con los demás y con el mundo en el que vive.
La espiritualidad no puede confundirse simplemente con una forma de pensar o de sentir, ni reducirse a unos signos o actos de piedad determinados. Es toda una forma de vivir que abarca convicciones y sentimientos y se despliega en actitudes y compromisos, relaciones y actividades en todas las facetas y dimensiones de la vida cotidiana.
En la espiritualidad se integran tanto las formas de expresión explícita de nuestra fe en Dios, los momentos o acciones en las que nos dirigimos expresamente a Él, como todas las realidades cotidianas que entretejen nuestra existencia.
Tras la aclaración, una muy breve aproximación a lo que se conoce como Movimiento de espiritualidad sacerdotal de Vitoria.
D.José María Arizmendiarrieta durante sus años de formación en el Seminario de Vitoria entró en contacto con D. Joaquín Goicoecheanundía y D. Rufino Aldabadle, ambos fueron sus directores espirituales en loss años de estudios filosóficos y teológicos. Esos sacerdotes junto a otros compañeros habían iniciado años atrás un grupo interesado particularmente en vivir y promover una espiritualidad propia de la identidad y misión pastoral de los sacerdotes diocesanos. Desde sus responsabilidades en la formación de los seminaristas trataban de ayudar a estos a cultivar esa misma espiritualidad.
Ciertamente planteaban una vida de oración y de prácticas de piedad, alentaban el estudio y la formación sacerdotal, pero tal vez lo más característico era que destacaban la propia vida y acción del sacerdote, la práctica de las tareas ministeriales, como fuente y campo de desarrollo de la espiritualidad del sacerdote diocesano. No podía desgajarse la celebración de los sacramentos ni la oración o la escucha y meditación de la Palabra de Dios del resto de la vida pastoral.
Precisamente en el ejercicio de todos los servicios que presta el sacerdote ha de encontrar, a través de la caridad pastoral, un medio de realización o santificación propio de su condición de sacerdote diocesano. Los iniciadores de este movimiento sacerdotal acuñaron un lema como expresión de esta espiritualidad: Sólo sacerdote, en todo sacerdote, siempre sacerdote.
D. José María Arizmendiarrieta se vinculó a ese Movimiento de espiritualidad, tomo parte activa en sus actividades, reuniones y retiros, formó parte de uno de los grupos de amistad sacerdotal que lo integraban. Tuvo incluso un papel relevante en el último año de sus estudios de Teología actuando como director de los primeros números de la revista sacerdotal Surge.
Esta espiritualidad era la que vivía y alimentaba en Mondragon D. José María cuando celebraba la Eucaristía o el sacramento de la Penitencia en la parroquia, cuando hacía meditación o rezaba el Oficio de las Horas, cuando impartía clases en la escuela Profesional o participaba en los grupos de la Acción Católica, cuando organizaba reuniones de formación con cooperativistas, …. es decir en todas sus actividades a las que, con un trabajo metódico y organizado, sabía dar un profundo sentido y unidad,  Por eso a estas palabras que ahora concluyo les he puesto precisamente como título: D. José María Arizmendiarrieta Madariaga. En todo sacerdote.


 

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