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Hace unos meses nos preguntábamos en estas mismas páginas qué podemos hacer en un “capitalismo zombi” que, ensoberbecido por el fracaso del sistema comunista, no está siendo capaz de abordar los retos de la sostenibilidad del planeta ni el de evitar en los países desarrollados desigualdades crecientes generadoras de amplio malestar ciudadano.
Constatábamos que 11 años después de la quiebra de Lehman Brothers, hecho simbólico de la profunda crisis económica y financiera que hizo temblar los cimientos del sistema en el año 2008, las élites dirigentes estaban de nuevo actuando con un egoísmo desmedido y con la prioridad por el enriquecimiento a corto plazo.
Retomo, en ese contexto, el título del último libro del Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, en el que propone distintas soluciones a un sistema económico que ha generado unos incrementos de renta espectaculares para los ciudadanos de todo el mundo en los últimos 200 años, pero que parece estar dando síntomas de tener una enfermedad grave.
El problema está siendo abordado también desde otras perspectivas y autores: Michel Camdessus, el profesor de Oxford Paul Collier, la teóloga anglicana Eve Poole,…, además de agentes tradicionales como The Economist o, en otro ámbito, instituciones católicas y de otras confesiones religiosas.
Ya que el tema excede las posibilidades de un artículo vamos a limitarnos a apuntar algunas ideas, tanto en el plano mundial, inevitable debido al carácter prácticamente universal del sistema económico vigente, como en el plano local, para buscar una adaptación que nos permita sobrevivir como sociedad con personalidad y cultura singulares.
Por lo que se refiere a medidas globales, sobresale la necesidad de gestionar la globalización de las finanzas, que tienden a volverse más volátiles y de-pendientes de instrumentos arriesgados. Se precisarán, por tanto, reformas significativas en los sistemas monetario y financiero (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, …), deseablemente en el marco de una Autoridad Económica Mundial, dependiente de la ONU, que se preocupe de la gestión de la liquidez y los flujos financieros globales, pero con una visión de bús-queda del Bien Común universal, incluyendo a los países emergentes.
Otro elemento muy importante a cuidar es la oportuna regulación de los mercados, en los que, de hecho, conviven a veces una retórica a favor de la máxima libertad y un comportamiento de algunos agentes que, por su di-mensión o por su “poder de mercado”, tienden a limitar la competencia en su favor. La crisis del 2008 ya demostró que el mercado no es capaz de autore-gularse dejado a sus propias fuerzas y, por otro lado, que difícilmente se preocupará de problemas como el del impacto medioambiental de la activi-dad económica.
Para ello, una aportación de interés sería evitar acercarnos al problema des-de prejuicios ideológicos. Ya que ni las posiciones de “derechas” reclamando la máxima libertad en toda actividad económica, ni la defensa de cualquier intervención del Estado, tradicional de las posiciones de “izquierda”, han demostrado ser útiles como principios orientadores exclusivos. “Las ideas separan, las necesidades unen”, recordaba Arizmendiarrieta.
En el plano local, hay una insistencia en la necesidad de recuperar determi-nados valores éticos a nivel de los individuos y familias, las empresas y los Estados. Collier sugiere estimular una identidad compartida ligada a un terri-torio, como base de unas obligaciones recíprocas y una actividad orientada al interés de la comunidad.
Cobra importancia, en su propuesta, la necesidad de corregir una situación en la que los ciudadanos sean exclusivamente sujetos de derechos y retomen también lo que denomina obligaciones recíprocas, necesarias incluso con una visión egoísta a largo plazo. Recuerda, por cierto, cómo fue el movimiento cooperativo quien vinculó con firmeza los derechos y las obligaciones frente a otros enfoques que sitúan los derechos en los individuos, pero transfieren las obligaciones al Estado.
La identidad compartida debe, por otro lado, fortalecerse con un objetivo común: las sociedades deben de ser éticas, además de prósperas, y tiene que haber un equilibrio entre el egoísmo individual y las obligaciones recíprocas.
Con un liderazgo que, como se estudia en algunos casos mundiales de éxito, rehúya la ideología y se centre en soluciones pragmáticas, fundamentadas de manera firme y sistemática en valores morales y, por otro lado, en resistir tanto a la presión de grupos poderosos como a intensas críticas.
Recuerda, por otra parte, que los hombres no sólo obtenemos una utilidad del consumo sino también de la estima y del desarrollo de nuestras potencia-lidades humanas, lo que plantea un Modelo de empresa en el que todas las opiniones van convergiendo: es preciso que la empresa se preocupe de satis-facer de forma equilibrada los intereses de los distintos stakeholders y, por otro lado, debe basar su éxito en el desarrollo de las capacidades de las per-sonas implicadas y su alineamiento con el proyecto común. Sobre ello, Eve Poole añade la conveniencia de innovar con nuevos modelos societarios.
Estas reflexiones recuerdan que está también en nuestra mano ir constru-yendo un “capitalismo progresista”, entendiendo por tal aquel que se preo-cupa no sólo del progreso económico sino también del bienestar y el desa-rrollo de las personas y que busca un pragmatismo basado en valores mora-les.
Decía un antropólogo vasco que nuestra cultura es como un cuenco que da forma a los líquidos que en él se vierten. Tenemos ahora una oportunidad para buscar una adaptación creativa de un sistema capitalista al que no po-demos aspirar a buscarle alternativa, pero sí a reformarlo en parte apoyán-donos en el trabajo y la cooperación característicos de nuestro “cuenco cul-tural”.
En ese contexto, la Economía de Cooperación y el Modelo inclusivo partici-pativo de empresa, éste ya parte del acervo común al ser asumido por los Parlamentos vasco y navarro, característicos de nuestra propuesta, no son sino dos apuntes para un debate más amplio que quizás los últimos aconte-cimientos a nivel mundial pueden hacer si cabe más necesario.
Juan Manuel Sinde
Presidente de la Fundación Arizmendiarrieta
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DON JOSE Mº ARIZMENDIARRIETA
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