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El próximo 22 de abril coincide el aniversario del nacimiento de dos hombres singulares, comprometidos para la causa de la transformación social, como son Lenin y Arizmendiarrieta. Así, 150 años nos separan del nacimiento de uno y 105 del otro. Aunque a algunas personas les pueda provocar sorpresa (o incluso rechazo) quizás merezca analizar qué les diferencia y qué les une a ambos líderes.
Les unen, ciertamente, algunas similitudes: el haber sido educados en una familia con sentimientos religiosos, la preocupación inicial por los débiles y oprimidos, la prioridad de la acción sobre el análisis o el discurso para buscar un mundo más justo... “El pensamiento que no se traduce en palabras es inútil, las palabras que no se traducen en hechos no sirven para nada”, decía Arizmendiarrieta para criticar retóricas vacías de compromiso práctico.
Pero sobre todo les une el haber dejado huella para generaciones posteriores.
Las propuestas de ambos, sin embargo, para abordar la situación de los más débiles tuvieron enfoques muy diferentes.
Hemos de partir de que la revolución impulsada por Lenin en 1917 se dio en unas condiciones particulares: una Rusia social y económicamente atrasada, en la que el campesinado era mayoritario y el proletariado no sólo minoritario, sino desprovisto de la conciencia de clase exigida por la revolución, tal como promulgaba Marx. Con una clase dirigente arrogante y extractiva, que desde los lujosos palacios de San Petersburgo despreciaba las necesidades básicas de sus ciudadanos.
En ese contexto, Lenin se plantea, en primer lugar, acceder al poder político con el famoso “asalto al Palacio de invierno” en octubre de dicho año, cuyo éxito le lleva a la posibilidad de poner en práctica sus convicciones inspiradas en el llamado socialismo científico:1) La renuncia a un sistema democrático convencional y la implantación de la dictadura del proletariado, dirigida por un Partido compuesto inicialmente por una minoría de revolucionarios profesionales cuya base común no es la pertenencia a una clase social, sino la adhesión a la teoría marxista; 2) La eliminación de la propiedad privada y del mercado, que son sustituidos por la propiedad estatal de los medios de producción y por la planificación centralizada; 3)Será al Partido a quien corresponderá la dirección política del proceso revolucionario así como todas las decisiones sobre las cuestiones relacionadas con la vida económica.
La visión y misión de Arizmendiarrieta, por el contrario, tienen otro enfoque. Si la misiva de Lenin pudo ser “Nada sin el Partido”, la de Arizmendiarrieta fue: “Nada sin la Persona”. Para él, “todos los problemas económicos, políticos y sociales se reducen en último término al problema hombre”. Su lema “primero personas y luego cooperativas” da fe de ello.
También Arizmendiarrieta soñaba con un orden social nuevo. Pero no con construirlo desde posiciones de poder. Cuando en 1941 llegó a Mondragón, apostó por los jóvenes, a los que insufló espíritu de realismo y dinámica de transformación: de dentro afuera y de abajo arriba. No fue el clásico agitador revolucionario, que pretende un cambio social rápido y forzado. Su labor fue lenta y constante, que tiene un primer pilar en su obra educadora, acorde con el proceso de formación de la persona capaz de transformar la sociedad.
Formación que considera imprescindible: “Hay que socializar el saber para democratizar el poder” y la condición para que se pueda dar “la revolución (que) hoy se llama participación”.
Frente al (des)orden establecido, Arizmendiarrieta contempla con ojos abiertos un orden nuevo, descubriendo las verdaderas necesidades humanas: sociales (trabajo, ocio, alimentación, vivienda, sanidad); comunitarias (convivencia familiar, laboral, social y lúdica) y personales (materiales, culturales y espirituales), y dándoles respuesta, no desde prejuicios ideológicos de uno u otro signo, sino mediante el espíritu y la práctica de la cooperación.
Así, la misma experiencia cooperativa llama a una obra colectiva en la que “han de poder convivir y complementarse los conservadores y los progresistas, los reformistas y los revolucionarios, … la aglutinación de fuerzas dispares.”
Todo ello sabiendo integrar teoría y acción: “El mundo no se nos ha dado simplemente para contemplarlo, sino para transformarlo y esta transformación no se hace con los brazos sino primero con las ideas y planes de acción” “La idea o la palabra buena es la que se convierte en acción”.
Dos hombres de pensamiento y acción, como fueron Lenin y Arizmendiarrieta, tuvieron itinerarios y modelos bien diferentes. La experiencia de Lenin terminó 72 años después con un rotundo fracaso, materializado de forma paradigmática con la caída del Muro de Berlín. Sus propuestas económicas han sido definitivamente arrumbadas: el mercado, con todas sus deficiencias y sus necesidades de regulación, ha sido repuesto tanto en Rusia como en China, países ambos que festejarán los 150 años de su nacimiento. Y el leninismo como doctrina ha quedado reducido simbólicamente a la “conquista del poder político”.
La Experiencia empresarial inspirada en Arizmendiarrieta, sin embargo, sigue siendo una realidad floreciente. Que, a través de nuevos desarrollos como la Economía de Cooperación, inspirada en su legado, y el Modelo inclusivo participativo de empresa pueden representar una alternativa de futuro para conciliar la competitividad empresarial y el desarrollo humano. En base, en último término, a armonizar lo técnico, lo ético y lo espiritual, como dimensiones imprescindibles para la transformación social.
Juan Manuel Sinde
Presidente de la Fundación Arizmendiarrieta
Categorías: Hartutako mesedeak eta Arizmendiarrietari buruzko iritziak, Kausari buruzko albisteak.
DON JOSE Mº ARIZMENDIARRIETA
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