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Oct 09

¿Qué entendemos por ética en la empresa? (Pako Etxebeste)

¿Qué entendemos por ética?

El término “ética”, desde un punto de vista etimológico, nos remite al vocablo griego ethos1, que significa fundamentalmente “lugar donde se habita” (“morada”) y también “modo de ser” o “carácter”, más bien moral que psicológico. Un tipo de saber llamado “ética” tendría entonces por objeto el carácter, el modo de ser desde el que los seres humanos afrontamos la vida. Más concretamente, un tipo de saber práctico que orienta la acción humana, a través de decisiones prudentes y moralmente justas.

En esta línea se expresa Paul Ricoeur (1913-2005): “Para mí la ética se define por el deseo de llevar una vida justa, con y para los otros, y en el deseo de gozar de instituciones justas2” .

Así, una de las principales tareas de la ética es la de pertrechar al ser humano con argumentos sólidos para distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo justo, en el conjunto de la vida.

Tales argumentos sólidos no surgen espontáneamente, sino que son fruto de un largo devenir histórico. De hecho, un determinado razonamiento ético puede nutrirse de diversos tipos de racionalidad moral, generados a lo largo de la historia.

Racionalidad prudencial, de tradición aristotélica.
• El ámbito moral es el de la racionalidad que delibera en condiciones de incertidumbre sobre los medios más adecuados para alcanzar un fin.
• El fin último (“eudaimonía”: felicidad) es lo que conviene al ser humano en el conjunto de la vida.
• Las normas han de aplicarse a los casos concretos, ponderando los datos contextuales.

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1 En latín hablaríamos de “Mos”. De ahí vendría el concepto “Moral” con el mismo significado de “Ética”. En euskera, podríamos utilizar el término “Gizabidea”. “Giza” es la raíz de gizaki (persona) y de gizarte (sociedad). Así, gizabidea sería la sabiduría existencial que guía la acción de la persona y la sociedad. De ahí su radical importancia. José Miguel Barandiarán escribía al respecto: “Jana eta edana bearrezkoak ditugu, baina gizabidea elburu.

2 Paul RICOEUR, “Crítica y convicción, Editorial Síntesis, Madrid, 1995, p.217.

Racionalidad calculadora, de tradición utilitarista (J.S. Mill)
• El ámbito moral es el de la maximización de la utilidad para todos los seres sentientes: buscar la mayor felicidad del mayor número.
• Acción máximamente racional: la racional-teleológica
• Los derechos humanos son convenciones útiles

Racionalidad práctica, de tradición kantiana
• El ámbito moral es el del respeto a aquello que es absolutamente valioso: el ser humano.
• No todo es mercancía que puede intercambiarse por un precio: el ser humano no tiene precio, sino dignidad.
• Los derechos humanos son exigencias racionales innegociables: con ellos no se puede comerciar.

Racionalidad comunicativa, de tradición dialógica (K.O.Apel..)
• Todo ser dotado de competencia comunicativa es un interlocutor válido.
• Las normas morales son válidas según las consecuencias que tengan para los afectados por ellas.
• Siempre que satisfagan intereses universalizables.

Pero a la hora de argumentar ética o moralmente y, sobre todo, a la hora de aplicar un juicio práctico sobre una determinada cuestión sobre la vida personal, comunitaria o social, además de la ética, nos encontramos con otras formas de orientar la conducta humana, como son el derecho y la religión. Así, ética, derecho y religión son tres tipos de saber práctico, que se encuentran estrechamente conectadas entre sí, pero no se identifican.

Por ejemplo, el mandato de “no matar” es a la vez religioso, jurídico o moral, y del hecho de que un ordenamiento jurídico lo recoja no se sigue que no sea una obligación desde el punto de vista religioso o ético.

¿Dónde está pues la diferencia entre derecho, ética o religión? Tal diferencia descansa sobre todo a partir de cuatro cuestiones formales:

¿Quién es el que promulga el mandato y exige, por tanto su cumplimiento?
• Para el derecho, el cuerpo legislativo legitimado para ello.
• Para la ética, la persona, como ser moral.
• para la religión, Dios, a través de revelación y magisterio.

¿Quiénes son los destinatarios?
• Para el derecho, los miembros de la comunidad (política, social...).
• Para la ética, la persona, cada persona.
• Para la religión, todas las personas.

¿Ante quién ha de responder?
• Para el derecho, ante los tribunales.
• Para la ética, ante sí mismo.
• Para la religión, ante Dios.

¿De quién se puede esperar obediencia?
• Para el derecho, de los obligados por el pacto (político, social...).
• Para la ética, de todas las personas.
• Para la religión, de los creyentes.

De todo esto, podemos inferir que la racionalidad ética, más allá del simple cumplimiento de las normas de un determinado colectivo (grupo profesional, clase social, partido político, comunidad religiosa) busca establecer los grandes imperativos de la conciencia universal: igualdad, libertad, solidaridad… Con todo, la racionalidad ética puede pecar de abstracta si no baja a lo concreto, es decir a las realidades prácticas y posibles de cada circunstancia económica, política, social… De ahí que, a la hora de habérnoslas con la realidad, es necesario distinguir (Max Weber) entre la ética de la convicción, que se define por la excelencia de lo preferible, y la ética de la responsabilidad, que se ajusta por lo realizable en un contexto histórico dado.

¿Qué entendemos por empresa competitiva?
No podemos eludir que vivimos en un contexto social marcado por la globalización de la economía de mercado en sus dos versiones: ‘economía liberal de mercado’ (modelo americano) y ‘economía social de mercado’ (modelo europeo)’. En todo caso, la empresa, como el pilar básico y central de la economía de mercado, está llamada a ser competitiva, si no quiere perecer como tal.

La palabra “competitividad”, a pesar de lo que habitualmente se entiende por ella, no significa, sin más, guerra abierta, competencia despiadada, sino la acción de ofrecer al mercado productos de calidad, cuyo precio sea razonable en relación con los otros del mercado, de modo que tales productos interesen a los potenciales consumidores y se conviertan en clientes. Si la calidad es baja y el precio alto, un producto no es competitivo; lo es, si la calidad es buena y el precio razonable.

Una empresa será competitiva en la medida que sepa generar una buena posición en su proceso de producción, manejando los mejores parámetros de calidad y manteniendo un nivel de rentabilidad económica en relación con sus competidores.

Una empresa competitiva deberá tener en cuenta, según los estándares actuales, y en orden a marcar la diferencia para poder lograr un nivel de avance más productivo, las siguientes características:

Constante innovación

  • Liderazgo
  • Dominio de internet y de las nuevas tecnologías
  • Comunicación y marketing
  • Talento humano

Ahora bien, y tratando de centrarnos en el meollo de esta comunicación, ¿tiene sentido hablar de ética en una empresa competitiva?

No podemos negar que entre los empresarios, como entre el público general, está muy extendida la convicción de que “el negocio es el negocio”, esto es que, para hacer negocios y gestionar una empresa, es preciso dejar a un lado los planteamientos ético-morales y concentrarse en la obtención de beneficios con todos los medios a nuestro alcance, teniendo como únicos límites el cumplimiento de la legalidad vigente y la sujeción a las leyes del mercado.

Sin embargo, también es cierto que, en estas últimas décadas, ha surgido una mayor sensibilidad de cara a la conveniencia de comprender la empresa como una organización con explícita dimensión ético-moral. No sólo para liberarla de posibles actuaciones, consideradas inmorales e incluso escandalosas, sino también, en clave más positiva, para dotarla de mayor legitimidad interna (trabajadores, directivos, accionistas) y externa (clientes, proveedores, entidades de crédito, competidores, comunidad local, opinión pública…) De hecho, en los países más desarrollados, han ido aumentando estudios, declaraciones e informes, proclives a la llamada “ética de los negocios” (business ethics), también denominada “ética empresarial”.

Así, en el primer encuentro anual de dirigentes de economía en Davos (1971), el profesor Klaus Schwab, formuló un modelo de empresa, partiendo de que “todos los grupos nombrados aquí por orden alfabético tienen un interés inmediato en el éxito de la empresa”:
• Los accionistas y prestamistas esperan, además de una inversión segura, unos adecuados intereses del capital invertido.
• Los clientes esperan un buen producto a un precio asequible. Y también un buen servicio post-venta
• Los proveedores esperan que la empresa tenga solvencia.
• Los trabajadores esperan que su esfuerzo, además de la adecuada compensación material, cuente también con el reconocimiento y la promoción.
Economía nacional, Estado y sociedad esperan que la empresa contribuya de múltiples formas al incremento del bien común: puestos de trabajo, impuestos…

Más concretamente, el tercer Foro de Dirección de Davos, (1973), propuso un “Código de comportamiento ético para la gestión de empresas”, que considera como tarea de éstas “servir a los consumidores, a las trabajadores, al capital y a la sociedad” y lograr “el equilibrio de sus antagónicos intereses”. Culmina con la conclusión de que la ganancia es ciertamente un “medio necesario, pero no el objetivo final” de toda dirección de empresa.

La empresa no es una mercancía de la que el propietario o el accionista disponen libremente. Es una corporación de personas unidas por una común, y una finalidad común tarea, y una finalidad común beneficiosa para la sociedad. Dicho de otra manera, la empresa es una parte de la sociedad que necesita legitimar su existencia y sus comportamientos (tanto como las instituciones educativas, hospitalarias y de gobierno), y que esta legitimación no puede obtenerla hoy sin asumir un ethos determinado, de tal modo que puede decirse que “sin ética no hay negocios3”.

Para Adela Cortina, los valores morales, propios en una empresa competitiva, que desea sobrevivir, son:
1. Responsabilidad por el futuro. La necesidad de gestión a largo plazo obliga a reconciliar el beneficio y el tiempo.
2. Desarrollo de la capacidad comunicativa. Toda organización precisa una legitimación social, que se “vende” comunicativamente
3. Identificación de los individuos y de las firmas. El fracaso del individualismo hace necesaria la inserción de los individuos el desarrollo del sentido de pertenencia.
4. Desarrollo de una cultura empresarial (similar a la cultura médica o ecológica) que configura formas de vida peculiares, cada vez menos opcionales y más “obligatorias” para quien tenga afán de supervivencia.
5. Personalización de la empresa y generación de un “capital-simpatía”, es decir una sintonía con los consumidores, que les lleva a preferir esa determinada empresa y sus productos.
6. En una cultura de la comunicación la moral impulsa la creatividad de los responsables de la comunicación y funciona como un útil de diferenciación y personalización de la empresa.
7. Confianza. Las imágenes de eficiencia han sido sustituidas por las de confianza entre la firma y el público como se muestra, por ejemplo, en la imagen de responsabilidad social y ecológica de la firma, con la que se trata de establecer un lazo entre la firma y el público.

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3 Adela CORTINA, Ética de la empresa, Trotta, 1994, especialmente las páginas 75-94.

Así, creemos que la ética empresarial aporta su peculiaridad a la construcción de una ética cívica, es decir una ética de mínimos, de ciudadanos (no de súbditos), una ética de la Modernidad, que se basa en los valores de libertad, igualdad y solidaridad y, en definitiva, en los derechos humanos4.

Termino con una cita del libro de Hans Küng, “Una ética mundial para la economía y la política”, referida a un directivo de empresa que solía llevar siempre consigo una nota, ya amarillenta, con la advertencia de Mahatma Gandhi, “Los siete pecados capitales del mundo actual”:

  • Riqueza sin trabajo,
  • Disfrute sin conciencia,
  • Conocimiento sin carácter,
  • Negocios sin moral,
  • Ciencia sin humanidad,
  • Religión sin sacrificio,
  • Política sin principios.

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4 Como es sabido, los derechos humanos reciben el nombre de derechos morales porque, aunque son la clave del derecho positivo, no forman parte de él (no son “derechos legales”), sino que pertenecen al ámbito de la moralidad, en el que el incumplimiento de lo que debe ser no viene castigado con sanciones externas al sujeto y prefiguradas externamente.

Pako Etxebeste

CUESTIONES POSIBLES PARA LA REFLEXIÓN COMÚN

1. Tesis central de la comunicación: “Sin ética no hay negocio bueno”: ¿Quimera? ¿Utopía? “Convicción? ¿Experiencia?

2. La racionalidad ética se alimenta de diversas fuentes generadas a lo largo de la historia humana. ¿Cuál de estas fuentes te parece más razonable de cara a poder aplicarla a la empresa actual?

3. El término “gizabidea” acuñado por José Miguel de Barandiaran, te parece orientativo, hoy y aquí?

4. ¿Qué opinión te merece el listado de “valores morales propios en una empresa competitiva que desea sobrevivir”, tal como propone Adela Cortina?   

Categorías: News of the cause.

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